MI VOZ ESCRITA, Por Jorge Herrera
Este análisis sobre la condición de traidor de Antonio Imbert Barrera, dividido en varias partes, para nada tiene que ver con las posiciones y actitudes asumidas por él, antes ni después del vil asesinato del Generalísimo Rafael Trujillo Molina el 30 de mayo de 1961.
En ese día aciago para la inmensa mayoría de los dominicanos de hace más de tres generaciones, y que hoy día sufre en carne viva la actual por tan desafortunado hecho; ese farsante que participara de manera fortuita en la conjura contra el Jefe, como he demostrado, traicionó a los que lo involucraron en la trama suponiendo su lealtad.
Su gran traición queda retratada de cuerpo entero cuando decide aprovechar la abierta oposición de la Iglesia católica a los desmanes que se cometían en el país durante el régimen trujillista, denunciados en la Pastoral leída en todas las parroquias de la nación el 21 de enero de 1960 en ocasión de celebrarse el día de la Protectora del pueblo dominicano.
Es luego de esa decisión que empiezan sus contactos con la jerarquía eclesiástica del Vaticano en la República Dominicana que, ya comprometida; y, además, perseguida por la inteligencia militar que comandaba el perverso e implacable Johnny Abbes García consideró con mucho tino que tenía en Imbert su representante en el magnicidio.
A partir de esa consideración toda la estrategia con parafernalia incluida para salvaguardar la integridad física de quien a su discreto juicio era “un instrumento de Dios”, corrió bajo la responsabilidad de la Iglesia, y tuvo un final feliz en la casa del Cónsul de Italia Mario Cavagliano. Así, ¡Qué fácil es ser héroe!…
Nota: No lo he dicho todo. Sin embargo, creo prudente esperar
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